miércoles, 13 de febrero de 2013

El oficio de amar

EL OFICIO DE AMAR

Personas, paisajes, la vida. Ovidio Paredes ha escrito una primer novela, corta e intensa: El tiempo que vendrá, que trata de la voluntad de existir y de la necesidad de hacerlo con dignidad, y de cómo se llegó hasta la plenitud compartida.
Me gusta recomendar libros en estos días. Hoy mismo, en esta mañana lluviosa, detrás del estor -corrido, para que los empleados de las oficinas de enfrente no me vean escribir en la cama-, mientras reflexiono acerca de qué hare durante las próximas horas, pienso en libros y pienso en diciembre, en las fiestas que vienen.  Regalar libros, ustedes saben lo importante que es eso para el que da y para el que toma. No se les ocurra gastarse los magros ingresos en pantallas de televisión de plasma, como denuncia esa última tonta-perversa del PP (última, a la hora de escribir esto: que las dos semanas que transcurren entre que lo hago y que ustedes me lean dan para mucha revelación de cretinos/as de esta contemporaneidad nefsata). Dilapiden como locos en libros. Leer es una respuesta a la necedad. No la única, pero sí la más básica. Leer ayuda a comprender, y comprender ayuda a empujar. Aparte del placer que proporciona. 
Decía que entre la humedad y el frío de finales de noviembre -cuando escribo- anticipo el diciembre que viene, y lo hago en forma de recomendar libro intimista, que eso es El tiempo que vendrá. Escrita en primera persona -esa persona que, por ser distinta, por ser gay, tuvo que transitar  por caminos empedrados de prejuicios ajenos- y repleta de la sensibilidad a que Parades nos tiene acostumbrados. Sus lectores, entre los que  me cuento, somos adisctos a su blog, El extraño viaje. Con el mismo título, y con el de Ventanas compartidas, tiene publicadas, en Trabe, que edita también el más reciente, dos volúmenes qu recopilan sus nada comunes entradas.
Cualquier niño o niña que haya sido distinto -por los mismos motivos que el autor o porque, sencillamente, una debilidad para los otros pueda haberle hecho objeto de chanzas- se identificará con la terrible narración de la infancia vilipendiada, del colegio de curas, de la sordidez de lo que por entonces aún no conocíamos como bulling. Cualquier persona en formación que haya sentido la necesidad del refugio -entre esas mujeres de la familia que Ovidio y su personaje adoran-, de la ventana para mirar, del paisaje siempre familiar, y a veces opresivo ... Cualquier ser sensible se sentirá dentificado con esta narrativa sencilla en apariencia, calma aunque a menudo dolorida, siempre escrita desde la esperanza que da el saber recibir y el saber dar, el oficio de amar, en definitiva. El personaje, a su vez narrador -con mucho de autobiográfico por parte del autor, y a mucha honra-, va sujetándose a bastones que le ayudarán  a avanzar hasta el puerto seguro del amor: la imprescindible risa, reír como medicina, como consuelo; la inevitable mitomanía: deliciosa descripción de la búsqueda, madre e hijo tomados de la mano y desgranando confidencias, de Sara Montiel, supuestamente tomando el sol el top less, en una playa nudista de un pueblo costero alicantino. En fin, un libro para regalarse por las fiestas, sea uno gay o no, aunque el serlo garantiza saborearlo con mayor emoción, sin duda.
Un libro íntimo, pero no triste, ya digo. Empieza con una depresión y termina con un matrimonio, eso que las chicas emancipadas de este país rechazamos porque nos lo imponían, y que las personas que aman a las de su mismo sexo anhelaban porque se lo prohibían. Y es que la vida, como la literatura y las tendencias amatorias, es muy variadica.

Maruja Torres
Publicado en El País Semanal, 9 de diciembre de 2012

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