martes, 12 de febrero de 2013

Ser coleccionista


SER COLECCIONISTA


A MENUDO  tendemos a olvidar cómo los grandes museos se nutren de grandes colecciones privadas.

Es el caso del Museo del Prado, cuyos fondos son, en buena medida, las propias colecciones reales, privadas pues, en las cuales además tuvieron mucho que decir pintores como el propio Velázquez, quien ejerció de "asesor" de Felipe IV y a quien debemos algunos de los cuadros más memorables del museo tras su estancia romana. No sería la única vez en la historia que un artista o un escritor hacía las veces de "asesor de arte". De hecho, otro caso son Las señoritas de Avignon que, tras años de estar vueltas de cara a la pared en el estudio de Picasso, eran adquiridas por el modisto Doucet a principios de los veinte bajo la influencia de Breton, pope del surrealismo. Incluso cuentan las malas lenguas que Doucet pidió un descuento porque el cuadro era un poco áspero. Luego la obra pasaría a otras colecciones hasta llegar al MOMA, donde vive ahora -qué envidia.
Pero dejando a un lado este relato de la Modernidad, está claro que las colecciones privadas tienen el plus de hablar del gusto de una persona o una familia, en algunos casos asesorada por expertos; en otros, -lo repite siempre una de nuestras grandes coleccionistas de arte contemporáneo, Helga de Alvear- siguiendo su instinto, sus ojos. Ambas opciones son válidas o, al menos, ambas han dado frutos notables. Lo único que se precisa es amar lo que acumula, saber apreciarlo y mirarlo. En este país, tan escaso en coleccionistas privados, incluso históricamente hablando, por razones obvias, hay que celebrar la presencia de los coleccionistas, tengan o no asesores. Una de las pocas excepciones a este respecto es el Museo Lázaro Galdiano en Madrid, cuya colección desvela no sólo la esencia del propietario, sino de una época entera. Tal vez por esa razón el museo ha empezado desde hace un par de años un programa que muestra, dialogando con las obras en las salas, otras colecciones de otros coleccionistas.
No es la única institución en Madrid que expone colecciones privadas. Esa ha sido parte de la política expositiva de la Fundación Banco de Santander, primero con la Rubell Familly Collection, y ahora con la Cranford Collection, que tiene la particularidad de mostrar las obras en medio del escenario propio de una casa, para dejar clara la relación que el propietario establece con sus obras y reflexionar sobre aquello que el "cubo blanco" hace que olvidemos a veces: las piezas que se muestran en el museo a veces estaban en un salón o en un despacho, formando parte de la vida cotidiana.
Ese mismo camino va a ser una de las líneas del Centro-Centro, que ha emprendido el camino con una selección de "tesoros" de la Casa de Alba. Sólo por ver el delicioso Fra Angelico -una de las piezas más exquisitas de un autor escasísimo en España- vale la pena la visita, aunque hay otros cuadros emblemáticos como el retrato que Goya hizo a la duquesa. Sea como fuere, lo intrigante de las muestras de las grandes colecciones es que uno se pone a pensar de pronto en aquello que permanece secreto; en todo lo que no se hace público jamás -sucede con todo buen coleccionista. Por eso, quienes deseen indagar más a fondo sobre el palacio y sus tesoros, pueden consultar el libro de la editorial Atalanta -El palacio de Liria-, donde un grupo de expertos recorren la casa de los salones al jardín, pasando por la pinacoteca o el archivo. El prólogo del editor, Jacobo Siruela, habla de esa pasión consolidada por su madre, coleccionista de Renoir o Matisse. Es la misma pasión hacia las artes y las letras que sin duda ha heredado el editor mismo.

Estrella de Diego
Publicado en Babelia, El País, 2 de febrero de 2013



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